Noche. Miles de estrellas detrás de un desfile de nubes gloriosas de ser quienes den la primera alerta de una noche con tormenta. Una menos resplandeciente que la otra, olvidadas bajo cientos de discusiones entre amigos, novios o familiares algunos seguros de que iba a llover y otros no tanto.
Y en parte así estaba yo, me encontraba totalmente identificado inconscientemente con el resto del mundo. Estaba dividido entre dos bandos internos que luchaban de manera molesta por tener la razón, detrás de mi traje negro se libraba la peor de las batallas, la que nunca antes haya visto.
Admito que estaba nervioso o quizás no tanto pero no estaba tranquilo, no puedo definir el sinfín de sensaciones que me provocó aquel perfume ¿Sería ésta la última vez que la tendría tan cerca?
Sus ojos, la boca… todo se movía con extrema armonía, tan segura de ser ella misma, tan distinta… Y la mejor parte es que me estaba hablando a mí, me dedicaba con absoluta simpleza aquellas palabras que nadie me había dedicado. Me estaba demostrando que el mundo es enorme y que con millones de personas habitando en él, yo solo deseaba escucharla a ella. Pero sonaba la música de fondo, sonaban las risas juveniles al son de la danza que llevaban a cabo, sonaba la felicidad, felicidad ajena que me impedía escuchar su voz con claridad, tomó mi mano y me llevó afuera. No sabía qué estaba haciendo, sólo me dejé llevar como un ciego confiando en eso que le hace ver un rastro de luz olvidado entre la oscuridad. Frenó de golpe y yo trastabillando. Empezó a hablar nuevamente, cosas sin importancia, pero me hablaba. Sentimos las primeras señales de la tormenta, quizás éramos los primeros de la fiesta en enterarse que llovía. Pero ¿eso importa? Estaba ahí, con ella, hablando… Es un comienzo, ¿no?
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