miércoles, 13 de julio de 2011

Derechos


¿Cuándo empezamos a tener derechos, y cuando los perdemos? Son como joyas en la noche, en una noche no tan fría pero desgarradora y peligrosa. Como si en todo momento estuvieran a punto de ser robados. Los derechos suelen ser privilegios otorgados a los que infantilmente somos inferiores a alguien o algo, pero me hubiese encantado que no fuese así. El derecho es como el tiempo, se va sin darte cuenta y pasa rápido, como invencible de si mismo, autónomo, en un dulce abismo del que caemos muchos, por ser  como el tiempo o los derechos. Por ser efímeros. Los derechos se aprovechan, se usan, pero en algún momento se van cuando más los necesitas. Cuando uno se siente esclavo de su destino, ajeno a sus pensamientos, desvanecido en un mar de rostros en el que te ahogas sin darte cuenta, por que todo eso te consume, por que la esperanza se esconde bajo la cama, aterrada de ser parte de nosotros.
Pero la elocuencia se hace nula cuando no los poseemos, son tan ausentes, tan distantes las emociones del ser interior que nos prohíbe el más mínimo pensamiento alegre.
Y así nos vamos despedazando de a poco. Nos vamos cayendo como hojas de un otoño, que ya no nos resulta tan frío.
¿Tan solo nos queda aguatar o luchar? Muchos tenemos tendencia a bajar los brazos, a rendirnos, olvidarnos y esperar… Otros, en cambio, prefieren luchar, y ¡cuántos ejemplos de estos hemos visto a diario! Gente que con una censura no cesan de enfrentarlas, que interviene en los momentos más oportunos con sabias respuestas, que gritan sus creencias a los cuatro vientos y no dejan de oírse, que simplemente al luchar de la manera en que lo hacen, dejan huella. Aún así al resto nos queda esperar, añorando los felices días en los que éramos fervientes luchadores, incansables mesías, violentos creyentes, los felices días en los que estábamos suficientemente vivos como para luchar por un derecho…
Tan solo nos queda una esperanza forzada, pero muchas veces gracias a ella, la locura asesinó cruelmente el orgullo humano de los hombres. Ese debe ser el primer derecho que perdemos, el primero que nos roban. El orgullo de poseerlo ¡Qué ironía! Uno posee el orgullo muerto de caminar sin camino, vagando solitariamente por recuerdos pasajeros, en los que rememoramos el derecho mismo. Pero nos quedamos en nuestra soledad tan placentera, hartos de vivir ciegos con el alma presa, encerrada, muerta. Nos quedamos en ese lugar esperando a que vuelvan, y no salimos a ganarlos por que creemos mal.
Creemos haberlos perdido para siempre, pero ellos están allí, esperando a ser encontrados o rescatados, esperando como nosotros un halo de luz, de bondad  de perseverancia y honor. Los derechos se gana luchando, y a sabiendas de esto, prefiero quedarme sentada a esperarlos pacientemente, construyendo así un lazo más fuerte entre la tristeza y mi ser, la verdad es que para la inspiración de un dramaturgo la felicidad es castigo, y a conciencia si pasan los derechos burlándose de mí y preguntándome: -“¿Infeliz, Querida?”- entre orgullosa y desvergonzada de infelicidad responderé –“Absolutamente”.


Revy

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