jueves, 29 de diciembre de 2011

Primavera, Barcelona 1939


Documento registrado por la policía española el 24 de marzo de 1939:
“Se encontró el 24 de marzo el cuerpo de Alejandra Vidal Olmos, de nacionalidad Argentina, exiliada a mediados de la década del ’30 de su país con su padre y alojada en Oviedo hasta dicha fecha mencionada anteriormente en la cual el masculino Martín Vidal, padre del femenino y aparentemente partidarios de unitarios, fue encontrado muerto a balazos. Vecinos y conocidos de la estancia “El Aleph”, argumentan la insania mental de dichos individuos. Quizás sea por ello, se suponen las autoridades, que Alejandra prefirió quemarse viva a matarse con una de las dos balas en el arma secuestrada.”

Lo vio alejarse con tristeza. Era uno de esos días de primavera inolvidables, pero era triste el simple hecho de verlo alejarse. Quizás haya sido el momento más triste de su vida, aunque lo recordara con plena tolerancia como si no quisiese hacer nada para impedirlo, y la realidad era esa: prefería que se lo llevaran. Su padre había sido victimario de un miembro del Movimiento Nacional mientras ella, que trabajaba en una boutique,  alimentaba con brillos y sedas a las mujeres que, cuál pájaros pintarrajeados, despilfarraban aires de grandeza con sus máscaras vastas y horrendas, pues eran las mujeres de los milicos, como solía decir su padre fiel a su patria.
Alejandra poco veía el mundo de ese tiempo, había vivido su infancia en un país de inmigrantes, y éste patriotismo obligatorio jamás lo había conocido. “Ma’ si, uno se escapa de los de uniforme, pa’ venir a morirse de hambre y ser persiguido por lo’ milico’ esto’”, solía reflexionar Don Martín Vidal, que bien sabía que ya no tenía una vida por delante y poco le importaba lo que Alejandra podría llegar a vivir en paz. Ella sabía bien que su padre atentaba contra el Caudillo, cada día rezaba en la Iglesia por que tomaran conciencia y lo arrestaran de una vez. Suponía (sólo suponía), que eran imposibles los sueños de una vida mejor, la estancia se estaba poniendo rústica, y Oviedo estaba lleno de malhechores escapando de la “justicia” del país… Alejandra no quería esto.
Y sin embargo, esta joven nacida entre unitarios pero partidaria de federales, sonreía al mundo asqueroso que su padre repudiaba y que ella también lo hacía muy a escondidas.
¡Cómo odiaba esa expresión! Cada vez que él la veía con esos seres anticomunistas sonriéndoles como si tratara de calmar el odio que la gente engendraba a medida que el tiempo pasaba, tenía unas ganas tremendas de golpearla en la cara, hasta que esa máscara vasta y falsa se desprenda de su piel y muestre que está igual de podrida que su padre, igual que el resto.
Fue un día en que la vio flirteando con uno de esos uniformados cuando todo acabó. Alejandra lo vio alejarse con tristeza de la boutique, como si lo decepcionara que su única hija anduviese con un uniformado de Franco, en realidad aquella fue la única vez que la desgraciada lo había visto. Y poco tiempo después confirmó el hecho de que los ideales asesinan el orgullo de los hombres.
Fue de noche que lo hizo, Don Vidal había llegado al amanecer cubierto de sangre a la estancia. Destruyó con lo poco de fuerza que le quedaba, aquello que Alejandra había ganado trabajando: las vasijas, los platos de porcelana, los cristos de vidrio, sus vestidos, el dinero… La estancia le daba asco, ella le daba asco.
Y se lo llevaron a media madrugada, cuando aún los viñeros, que se ahogaban en su propia miseria, no habían despertado.
Alejandra lo vio alejarse con tristeza, pero ese mal era necesario. Sabía que lograría escapar, sus compañeros anarquistas se las arreglarían para hacerlo.
 No se equivocó al verlo de noche vagando entre los campos, de hecho lo estaba esperando.
Apenas entró ella disparó, desparramó alcohol por toda su habitación, juntó sus cosas y prendió un fósforo…
Llegó a escuchar cómo entraban los milicos en su estancia mientras el fuego abrazaba su cuerpo. Si iba a morir, moriría junto con la repugnancia que odiaba su padre.
Odiaba al movimiento. Se odiaba ella misma.


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