Documento registrado por la policía española el 24 de marzo de 1939:
“Se encontró el 24 de
marzo el cuerpo de Alejandra Vidal Olmos, de nacionalidad Argentina, exiliada a
mediados de la década del ’30 de su país con su padre y alojada en Oviedo hasta
dicha fecha mencionada anteriormente en la cual el masculino Martín Vidal,
padre del femenino y aparentemente partidarios de unitarios, fue encontrado
muerto a balazos. Vecinos y conocidos de la estancia “El Aleph”, argumentan la
insania mental de dichos individuos. Quizás sea por ello, se suponen las
autoridades, que Alejandra prefirió quemarse viva a matarse con una de las dos
balas en el arma secuestrada.”
Lo vio alejarse con
tristeza. Era uno de esos días de primavera inolvidables, pero era triste
el simple hecho de verlo alejarse. Quizás haya sido el momento más triste de su
vida, aunque lo recordara con plena tolerancia como si no quisiese hacer nada
para impedirlo, y la realidad era esa: prefería que se lo llevaran. Su padre había
sido victimario de un miembro del Movimiento Nacional mientras ella, que
trabajaba en una boutique, alimentaba
con brillos y sedas a las mujeres que, cuál pájaros pintarrajeados,
despilfarraban aires de grandeza con sus máscaras vastas y horrendas, pues eran
las mujeres de los milicos, como solía decir su padre fiel a su patria.
Alejandra poco veía el mundo de ese tiempo, había vivido su
infancia en un país de inmigrantes, y éste patriotismo obligatorio jamás lo
había conocido. “Ma’ si, uno se escapa de
los de uniforme, pa’ venir a morirse de hambre y ser persiguido por lo’ milico’
esto’”, solía reflexionar Don Martín Vidal, que bien sabía que ya no tenía
una vida por delante y poco le importaba lo que Alejandra podría llegar a vivir
en paz. Ella sabía bien que su padre atentaba contra el Caudillo, cada día
rezaba en la Iglesia
por que tomaran conciencia y lo arrestaran de una vez. Suponía (sólo suponía),
que eran imposibles los sueños de una vida mejor, la estancia se estaba
poniendo rústica, y Oviedo estaba lleno de malhechores escapando de la
“justicia” del país… Alejandra no quería esto.
Y sin embargo, esta joven nacida entre unitarios pero
partidaria de federales, sonreía al mundo asqueroso que su padre repudiaba y
que ella también lo hacía muy a escondidas.
¡Cómo odiaba esa expresión! Cada vez que él la veía con esos
seres anticomunistas sonriéndoles como si tratara de calmar el odio que la
gente engendraba a medida que el tiempo pasaba, tenía unas ganas tremendas de
golpearla en la cara, hasta que esa máscara vasta y falsa se desprenda de su
piel y muestre que está igual de podrida que su padre, igual que el resto.
Fue un día en que la vio flirteando con uno de esos
uniformados cuando todo acabó. Alejandra
lo vio alejarse con tristeza de la boutique, como si lo decepcionara que su
única hija anduviese con un uniformado de Franco, en realidad aquella fue la
única vez que la desgraciada lo había visto. Y poco tiempo después confirmó el
hecho de que los ideales asesinan el orgullo de los hombres.
Fue de noche que lo hizo, Don Vidal había llegado al
amanecer cubierto de sangre a la estancia. Destruyó con lo poco de fuerza que
le quedaba, aquello que Alejandra había ganado trabajando: las vasijas, los
platos de porcelana, los cristos de vidrio, sus vestidos, el dinero… La
estancia le daba asco, ella le daba asco.
Y se lo llevaron a media madrugada, cuando aún los viñeros,
que se ahogaban en su propia miseria, no habían despertado.
Alejandra lo vio
alejarse con tristeza, pero ese mal era necesario. Sabía que lograría
escapar, sus compañeros anarquistas se las arreglarían para hacerlo.
No se equivocó al
verlo de noche vagando entre los campos, de hecho lo estaba esperando.
Apenas entró ella disparó, desparramó alcohol por toda su
habitación, juntó sus cosas y prendió un fósforo…
Llegó a escuchar cómo entraban los milicos en su estancia
mientras el fuego abrazaba su cuerpo. Si iba a morir, moriría junto con la
repugnancia que odiaba su padre.
Odiaba al movimiento.
Se odiaba ella misma.
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